La
desigualdad y la indiferencia no pueden ir de la mano. Por eso apoyo la
Amnistía. Frente a los, al menos, cinco mil falsos positivos extrajudiciales, o
sea a aquellos pobladores que han sido presentados como guerrilleros o
narcotraficantes injustamente para enaltecer a las altas cúpulas civiles y
militares en su “guerra contra el narcotráfico”, triunfo del que hoy se ufanan
personajes como el ex presidente Felipe Calderón.
Pobreza, desempleo y la agobiante falta de alternativas de trabajo han obligado
a muchos campesinos a dejar la escuela primaria y encontrar trabajo en la venta
de coca, que se ha convertido en una de las actividades primarias de muchas
regiones de nuestro país. Estos pequeños fabricantes están al fondo de la
cadena de producción del multimillonario negocio del comercio de la cocaína,
cuyos tentáculos llegan hasta las más altas esferas del poder político en donde
el peso de la ley nunca llegara. Es elemental que no puede discriminarse a este
heterogéneo grupo humano que ha resultado objeto y sujeto de persecución, bien
sea por razones de seguridad, ya sea por contingencias de inculpaciones por
informes, pruebas y procesos amañados para inflar o tergiversar resultados
judiciales, policiales, militares y de inteligencia. Un principio dicta que no
puede segregarse y que asiste una igualdad ante la ley. El Estado, que tiene
las herramientas legales, tiene la obligación de enmendar y de servir garantías
de corrección y de no repetición en este plano. Es el actor que ha causado
estas violaciones de derechos quien tiene la obligación de buscar los
instrumentos adecuados para que cese la ignominia de los falsos positivos. No
se trata de perdonar a los grandes criminales que al final siempre terminan
siendo beneficiados. Ojalá no fuera así. Pero la utopía sostiene que tendría
que llegar el momento en que un juez deba enmendar esos errores y ostentar el
poder de perdonar.