AÑOS MOZOS


Recuerdo los años mozos de escuela, desde los patios del colegio a la hora de recreo hasta las aulas escolares. Hay actitudes y acciones que son parte esencial de cada ser humano y no se pueden ocultar ni borrar. José Antonio, era ese compañero que nunca sobresalió, de los que siempre trabajó en equipo, terminó haciendo la tarea de todos y la calificación nunca fue suya solamente. Era el grandote bobo, el que se sentaba hasta atrás, que se reía de todo y nunca supo contar un chiste. Era el que repetía lo interesante que decían los demás, el que hacía bola sin ser necesario y nunca fue extrañado cuando no estaba. Ricardo, fue el típico burlón, altanero y berrinchudo. El consentido de papá y mamá. El que siempre quería ser portero, defensa y delantero al mismo tiempo, el que interrumpía la clase. El que no esperó a ser votado para ser presidente de la sociedad de alumnos, se eligió a sí mismo, buscó a los calladitos estudiosos y formó su grupo, con sus propias reglas. No necesitaba quemarse las pestañas, no estudiaba, porque aprendía todo muy rápido y eso le daba tiempo para la fiesta y la arrogancia. A Andrés Manuel, no le fue nada bien en la escuela, los demás le hacían burla porque era monaguillo en la iglesia, tenía el pelo largo de los hippies de los sesenta, y además era pobre. Esa condición y las constantes burlas provocaban que el utilizara sobrenombres para los que lo atacaban, por ejemplo: “señoritingos”. Sin embargo, se daba tiempo para jugar béisbol dos veces por semana, leer biografías, comer helados de zapote, guiñarle el ojo a una que otra chica y plancharse una camisa blanca que siempre usaba. Era el que siempre estaba castigado por que era tan inocente que no se daba cuenta que los demás inventaban mentiras para inculparlo de muchas travesuras. Si solo los currículos, las calificaciones y los honores con que pudieron terminar sus carreras profesionales, fueran garantía, José Antonio y Ricardo serían, los dos juntos, un acierto para el país. Pero, la inteligencia es un concepto abstracto, y el rendimiento académico no necesariamente es la mejor manera para medirla. El éxito de Andrés Manuel se definió sobre la base de que la escuela no siempre es una verdadera preparación para lo que nos espera en la vida independiente. El éxito requiere pasión, persistencia, emoción, capacidad de sobrevivir y, especialmente, entender el valor de un fracaso. Por eso muchas personas de las que nadie esperaba ningún logro debido a su bajo rendimiento escolar, ahora gobiernan el mundo porque, a diferencia de los estudiantes excelentes, los estudiantes más limitados desde su infancia aprenden a manejar y superar sus fracasos. A un hombre exitoso, no le da miedo tomar riesgos, ir en contra de las reglas y reglamentos, por ello puede crear algo nuevo y extraordinario.


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